Nadie podrá echarte una mano
vigorosa si no es Dios; Dios se esconde. No lo habrás percibido,pero nunca
habrá sido tan estrecha tu adhesión a la soberana Verdad, ni tan valiosa tu
oblación.Ni habrá estado Dios nunca más cercano: "Yavé ha dicho que
habitaría en la nube oscura"(1 R 8,12).
Esa "noche oscura" tan
martirizadora será cabalmente tu iluminación; conocerás a Dios con su
propio conocimiento, sabrás de Él, no lo que la criatura llega a balbucir, sino
lo que Él mismo sabe de sí y lo que le place revelar. De todas formas, si
Dios te arroja a ese crisol terrible, padecerás la cosa más tremenda que
cabe para un eremita, que cree desplomarse bajo las ruinas de su ensueño.
Como Job, tendrás prisa porque
despunte el día (17,12). En poco tiempo habrás hecho más actos heroicos de
fe que otros en una larga vida.
Eso en el caso de que abrigues la
esperanza de ese alborear próximo, pues la esperanza se enraíza en la fe.
Vivirás sin sentirla. También de ella eres testigo, y de ningún sitio la debes
sacar más que de la promesa divina, no, en absoluto, de la seguridad de
tus méritos o de una vida buena. Tienes que llevar cincelada hasta en tu
carne la convicción de la gratuidad del don de Dios. En el lagar de la
tentación exprimirás hasta la última gota de esa confianza en ti mismo
de que estás lleno. Dios permitirá por algún tiempo que no vislumbres ya
el fin de esa noche horrorosa y creas, hagas lo que hagas, que estás
destinado a las tinieblas eternas.
No es seguro que llegues ahí.
Todo depende del grado de santidad al que te llama Dios, pero ¡está tan
dentro de la línea de una vida escatológica ser purificado a fondo en ese
Purgatorio anticipado! Invisible, en la sombra, el Espíritu Santo te
sostendrá, y tu alma angustiada no dejará de esperar contra toda
esperanza, invenciblemente convencida de la fidelidad de Dios, en
virtud de la cual, en este mismo destierro te ha "desposado" (Os
2,22). "Yavé lo ha jurado, no se desdecirá" (Sal 109,4). La
infidelidad tuya no acarrea la de Dios. Cuando vuelves a él arrepentido,
lo encuentras esperándote con todos los bienes que tenía pensado
otorgarte. "Ea, pronto, sacad el vestido más rico y ponédselo, y un anillo
para su mano y sandalias para sus pies" (Lc 15, 22).
Todo eso lo sabes de muy atrás;
en este momento de prueba, el Corazón del Padre, abierto a todos te parece
cerrado para ti. Pese a todo tu alma "espera a Yavé" (Sal 32,20). En
tu desolación no cesarás de repetir: "En ti todo el día espero a
causa de tu bondad, Yavé. Acuérdate de tu ternura, Yavé, de tu amor, pues
son eternos" (Sal 24,5-6). Pensarás que lo dices con la punta de
los labios, por cumplimiento, cuando antes te arrancarían la piel que hacerte
dudar de la palabra de Dios. Pero la noche nos oculta el horizonte de luz.
Seguirás tu camino, con tu mano
temblorosa cogida de la de tu Padre del cielo. "Lo así, ya no lo
soltaré" (Ct 3,4).
¡Oh! qué difícil es creer en el
amor de Dios cuando el cielo parece acerrojado, y te abruma el sentimiento
de que nada debes esperar de él. Lo has dejado todo con el fin de vivir en la
intimidad de Dios. Dios finge no dignarse dirigirte una mirada; y se te
hace tan lejano que dudas de si te amará Aquel que, a despecho de todo, es
tu único amor. Nada oprime tanto como un amor ignorado o desdeñado. Con el
corazón lacerado te quejarás al Señor de haberte engañado al prometerte su
privanza, siendo así que te trata en esclavo. Se te haría inconsolable esa frialdad
de Dios si no supieras que él te ha amado el primero. De lo contrario, te
sería indiferente (1 Jn 4,10).
Lo que él quiere es que lo ames
como merece serlo: por sí mismo, por su amabilidad trascendente, y no en
primer lugar por su bondad para contigo. Deberías amarlo aunque nada te
reportase, porque es el Bien sustancial. Sé ante los hombres testigo de
que Dios es digno de ser amado así de desinteresadamente.
El desierto con su aridez, la
noche con su anonadamiento de las formas, hablan menos de la munificencia
de Dios que de su trascendente perfección. No basta que lo sepas por la
metafísica.
Debes experimentarlo y ofrendar
al Amor ese homenaje gratuito. Si la prueba durase demasiado podrías
periclitar. La humildad te salvará. Acepta el no saborear el Amor de Dios, por
lo mucho que has gustado el de la criatura, y el andar en las tinieblas
sin siquiera sentir la mano paternal que te lleva sin tú saberlo. Guíate
por su voz; no cesa de resonar en la Escritura: "Dios es amor; el que
permanece en el amor, en Dios permanece y Dios permanece en él" (1 Jn
4,16)
Ejecuta todo lo que manda el
amor. Podrás, como Job, discutir: "Puede matarme; sólo me queda la
esperanza de defender ante él mi conducta" (Jb 13,15).
Y sobre todo, tente por indigno
del menor favor de Dios: "Padre, no merezco que me llames hijo,
trátame como a un jornalero" (Lc 15,19). Entonces no te sentirás
chasqueado si te toca avanzar por la vía común.
No vuelvas atrás. No lo achaques
ni al medio ambiente ni al marco de vida: la noche está en ti, y obedece a
Dios. Podrá ser estéril para los hombres, cuya actividad suspende; es
siempre fecunda en las manos del Creador. Antes que la luz eran las
tinieblas; de ellas hizo Dios brotar la claridad del día "Cuando es
hermoso creer en la luz es de noche" dice Platón. El Señor espera
de ti esa fe, no te zafes. Aquel que te ama se oculta en esa oscuridad y
te da cita en su misterio.
"Alzad vuestras manos al
Santuario y bendecid a Yavé, por la noche" (Sal 133,3).
Fuente: El
eremitorio. Espiritualidad del desierto.
Qué camino tan difícil,sabiendo que Jesús te toma de su mano y lo ignoras,si verdaderamente lo interiorizaramos,el camino sería no en soledad sino con un verdadero amigo
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