El Señor ama grandemente al
pecador arrepentido, y con misericordia lo abraza en su seno, diciendo: “¿Dónde
estabas, hijo mío? He esperado mucho por ti.” El Señor llama a todos a sí mismo con la
voz del Evangelio, y Su voz es escuchada en todo el mundo: “Vengan a mí, corderos míos, soy
su Creador y los amo. Mi amor por ustedes me trajo al mundo, y sufrí todas las cosas
por causa de su salvación, y quiero que todos conozcan mi amor, y digan como los Apóstoles
en el Tabor: Señor, qué bueno es para nosotros estar contigo.”
Fuente: San Silvano el Athonita.
Escritos IX.27