La muerte se llenó de temor al contemplar a María. Por San Juan Damasceno


15 de agosto/ Solemnidad de la Asunción de  la Virgen María

¿Cómo era posible que la que albergó a Dios en su seno fuera devorada por la muerte? ¿Cómo podía ser absorbida por el infierno? ¿Cómo podía la corrupción atreverse a invadir el cuerpo que había recibido dentro de sí a la Vida? Todas estas cosas en modo alguno podían afectar el alma y el cuerpo de la que fue portadora de Dios.
La muerte se llenó de temor al contemplar a María, pues con lo que había acontecido cuando atacó al Hijo de ella, aprendió a ser más prudente y precavida.
María no conoció las tenebrosas rutas de la bajada a los infiernos, sino que para ella se dispuso un camino recto, llano y seguro hacia el cielo. En efecto, si Cristo, que es la verdad y la vida, dijo: Donde yo estoy, allí estará también mi servidor, ¿con mucha más razón no había de morar junto a Él su propia madre? Así como ella le dio a luz sin dolor, así también su muerte estuvo exenta de dolores. Funestísima es la muerte de los pecadores"; pero de aquella en quien ha sido vencido el pecado, que es el aguijón de la muerte, ¿no habremos de decir que es el principio de una vida superior e indefectible? Si en verdad es preciosa la muerte de los santos del Señor Dios de los ejércitos mucho más lo es el glorioso tránsito de la Madre de Dios.
Por esto ahora se alegran los cielos, exultan los ángeles, se regocija la tierra y saltan de gozo los hombres. El aire resuena con alegres cánticos, la noche oscura se despoja de la tristeza y fealdad de las tinieblas y se hace semejante al día con un esplendor gozoso y radiante de luz. La ciudad viviente del Señor Dios de los ejércitos es conducida hacia las alturas, y los reyes desde el templo del Señor de la esclarecida Sión, ofrecen sus preclaros dones a la Jerusalén de arriba, que es libre y es su madre. Estos reyes son los apóstoles a quienes Cristo ha constituido príncipes de toda la tierra, los cuales ofrecen sus dones a la que es Virgen perpetua y Madre de Dios”


Fuente: San Juan Damasceno. Extracto de la Segunda Homilía sobre la Dormición. En Homilías cristológicas y marianas. Madrid. Ciudad Nueva. 1996. 173- 175.