22 de agosto/ Memoria Santa
María, Reina
Procuren, pues, todos acercarse
ahora con mayor confianza que antes, todos cuantos recurren al trono de la
gracia y de la misericordia de nuestra Reina y Madre, para pedir socorro en la
adversidad, luz en las tinieblas, consuelo en el dolor y en el llanto, y, lo
que más interesa, procuren liberarse de la esclavitud del pecado, a fin de
poder presentar un homenaje insustituible, saturado de encendida devoción
filial, al cetro real de tan grande Madre. Sean frecuentados sus templos por
las multitudes de los fieles, para en ellos celebrar sus fiestas; en las manos
de todos esté la corona del Rosario para reunir juntos, en iglesias, en casas,
en hospitales, en cárceles, tanto los grupos pequeños como las grandes
asociaciones de fieles, a fin de celebrar sus glorias. En sumo honor sea el
nombre de María más dulce que el néctar, más precioso que toda joya; nadie ose
pronunciar impías blasfemias, señal de corrompido ánimo, contra este nombre,
adornado con tanta majestad y venerable por la gracia maternal; ni siquiera se
ose faltar en modo alguno de respeto al mismo. Se empeñen todos en imitar, con
vigilante y diligente cuidado, en sus propias costumbres y en su propia alma,
las grandes virtudes de la Reina del Cielo y nuestra Madre amantísima.
Consecuencia de ello será que los cristianos, al venerar e imitar a tan gran
Reina y Madre, se sientan finalmente hermanos, y, huyendo de los odios y de los
desenfrenados deseos de riquezas, promuevan el amor social, respeten los
derechos de los pobres y amen la paz. Que nadie, por lo tanto, se juzgue hijo
de María, digno de ser acogido bajo su poderosísima tutela si no se mostrare,
siguiendo el ejemplo de ella, dulce, casto y justo, contribuyendo con amor a la
verdadera fraternidad, no dañando ni perjudicando, sino ayudando y consolando.
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