Cuántos
van sin rumbo y pierden sus vidas... las gastan miserablemente, las dilapidan
sin sentido alguno, sin bien para nadie, sin alegría para ellos y al cabo de
algún tiempo sienten la tragedia de vivir sin sentido. Algunos toman rumbo a
tiempo, otros naufragan en alta mar, o mueren por falta de víveres,
extraviados, ¡o van a estrellarse en una costa solitaria!
El
trágico problema de la falta de rumbo, es tal vez el más trágico problema de la
vida. El que pierde más vidas, el responsable de mayores fracasos. Yo pienso
que si los escollos morales fueran físicos, y la conducta de nosotros fuera un
buque de fierro, por más sólido que haya sido construido, no quedaría sino
restos de naufragios.
Si
la fe nos da el rumbo y la experiencia nos muestra los escollos, tomémoslos en
serio. Mantener el timón. Clavar el timón, y como a cada momento las olas y las
corrientes desvían, rectificar, rectificar a cada instante, de día y de
noche... ¡No las costas atractivas, sino el rumbo señalado! Pedir a Dios la
gracia grande: ser hombres de rumbo.
Fuente: San Alberto Hurtado. El Rumbo de la vida. Meditación a bordo de un barco, febrero de 1946.
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