29 de agosto/ Martirio de San Juan Bautista |
El santo Precursor
del nacimiento, de la predicación y de la muerte del Señor mostró en el momento
de la lucha suprema una fortaleza digna de atraer la mirada de Dios, ya que,
como dice la Escritura, aunque, a juicio de los hombres, haya sufrido castigos,
su esperanza estaba llena de inmortalidad. Con razón celebramos su día
natalicio, que él ha solemnizado con su martirio y adornado con el fulgor
purpúreo de su sangre; con razón veneramos con gozo espiritual la memoria de
aquel que selló con su martirio el testimonio que había dado del Señor.
No debemos poner
en duda que san Juan sufrió la cárcel y las cadenas y dio su vida en testimonio
de nuestro Redentor, de quien fue precursor, ya que, si bien su perseguidor no
lo forzó a que negara a Cristo, si trató de obligarlo a que callara la verdad;
ello es suficiente para afirmar que murió por Cristo.
Cristo, en efecto,
dice: Yo soy la verdad; por consiguiente, si Juan derramó su sangre por la
verdad, la derramó por Cristo; y él, que precedió a Cristo en su nacimiento. en
su predicación y en su bautismo, anunció también con su martirio, anterior al
de Cristo, la pasión futura del Señor.
Este hombre tan
eximio terminó, pues, su vida derramando su sangre, después de un largo y
penoso cautiverio. Él, que había evangelizado la libertad de una paz que viene
de arriba, fue encarcelado por unos hombres malvados; fue encerrado en la
oscuridad de un calabozo aquel que vino a dar testimonio de la luz y a quien
Cristo, la luz en persona, dio el título de «lámpara que arde y que ilumina»;
fue bautizado en su propia sangre aquel a quien fue dado bautizar al Redentor
del mundo, oír la voz del Padre que resonaba sobre Cristo y ver la gracia del
Espíritu Santo que descendía sobre él. Mas a él, todos aquellos tormentos
temporales no le resultaban penosos, sino más bien leves y agradables, ya que
los sufría -por causa de la verdad y sabía que habían de merecerle un premio y
un gozo sin fin.
La muerte -que de
todas maneras había de acaecerle por ley natural- era para él algo apetecible,
teniendo en cuenta que la sufría por la confesión del nombre de Cristo y que
con ella alcanzaría la palma de la vida eterna. Bien lo dice el Apóstol: Dios
os ha dado la gracia de creer en Jesucristo y aun de padecer por él. El mismo
Apóstol explica, en otro lugar, por qué sea un don el hecho de sufrir por
Cristo: Los padecimientos de esta vida presente tengo por cierto que no son
nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros.
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