Si alguna vez te ocurrió que
alguien dejó de confiar en ti, alguien a quien amabas, sabrás muy bien cuán
doloroso es ese acontecimiento. Y si no se trata de una simple situación de
amistad humana herida por la desconfianza, sino de una situación en la que se
siente herido el amor infinito de Dios, podemos imaginarnos cuán grande es el
dolor que puede producirle a Dios la desconfianza. Las palabras: temo
entregarle todo a Dios, hieren como una bofetada, porque es como si le dijeras
a Dios: «no confío en Ti, no sé qué pretendes hacer conmigo». Si un niño
pequeño le dijera semejante cosa a su madre, esas palabras serían para ella
sumamente dolorosas. ¿Qué dimensiones alcanza el dolor de Dios, cuando es
abofeteado por una persona que le dice semejante cosa? La desconfianza es, en
cierto sentido, peor que el pecado, porque es la fuente y la raíz del pecado.
Si no quieres confiar, si tu Adversario ha logrado sembrar en tu corazón la
desconfianza, tendrán que venir, como consecuencia, los temores y la sensación
de peligro; y el sufrimiento vinculado a esos sentimientos. Y únicamente a
través de las consecuencias de ese mal, podrás apreciar lo mucho que te has
apartado. El sufrimiento, el temor y la sensación de peligro, serán para ti un
constante llamado a la conversión. Y tendrás que cargar el peso del temor
mientras no te conviertas, mientras no seas como un niño que se entrega
sencillamente en los brazos de su Padre que le ama. « El paciente debe ser
curado - dice L. Szondi- hasta que aprenda a orar». Y no se trata de un simple
recitar una oración. Se trata de una actitud profunda en la oración, de una
oración confiada del niño que se abandona plenamente en los brazos de su Padre.
Fuente: P. Tadeusz Dajczer. Meditaciones sobre la fe. Algunas cuestiones de teología espiritual. Extracto del capitulo 4. . México.Librería Parroquial de Clavería. 1992.
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